Obsolescencia y sostenibilidad urbana (1/4): El problema

El fenómeno del que nadie habla.


Williston, Florida.

Vivimos bajo el mantra de la sostenibilidad, pero de tanto que lo usamos a veces lo manoseamos hasta llegar a desfigurarlo.

Si algo supone considerar el concepto de sostenibilidad es introducir el factor tiempo, considerar los efectos de la transformación más allá del primer impacto de su implantación y no únicamente en su variable ambiental, si no en todas las perspectivas y posiblemente de manera conjunta (física, social, económica y, claro que sí, ambiental).

Introducir el factor tiempo implica que por el mero paso del tiempo las cosas se gastan, deterioran, se vuelven disfuncionales, agotan y se amortizan, sin que podamos hacer mucho para evitarlo, salvo, a lo sumo, realizar labores de mantenimiento que permitan extender su periodo de vida útil. Pero, querámoslo o no, llega el día en que todo tiene su final (como nosotros mismos, inevitablemente).

El medio urbano no es ajeno a esta realidad y si bien los elementos que lo componen pueden tener distintos periodos de vida útil, todo toca a su fin. La cuestión es que en la mayoría de los casos nuestra visión es parcial o limitada por nuestra cotidianeidad (lo cual nos impide ver la realidad sistémica del problema) y tendemos a no querer ver las realidades incomodas, como cuando nuestros edificios y sobre todo las urbanizaciones se agotan o devienen disfuncionales.

El urbanismo casi siempre se ha asociado al desarrollo y al crecimiento con algún rasgo disciplinario sobre lo existente, pero casi nunca se ha preocupado de lo que ocurre o ocurriría tras aquella primera implantación, que en el pasado precisamente no fue ni de calidad, ni mucho menos previsora de futuras necesidades.

El modelo clásico (LS56-LRSV98) que tantas veces hemos identificado, casi siempre se preocupo de aquella primera transformación, como si el mero acto no tuviera consecuencias para las futuras generaciones o no hubiera que prever medidas prolongadas en el tiempo para mantener y reponer aquellas transformaciones cuando se agotaran a la finalización de su vida útil. Pero la realidad es tozuda y el plazo de vida útil de aquellas primeras transformaciones (años 60) se está cumpliendo de manera masiva (si no lo ha hecho ya) y en breve ocurrirá lo mismo con las correspondientes a los distintos ciclos de crecimiento urbano que se produjeron posteriormente (décadas de los 70, 80, 90…). El problema es que no hemos ideado mecanismos para afrontar el problema y menos a la escala que implica. Pero es difícil diseñar mecanismo alguno si ni siquiera vemos o queremos ver el problema.

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